La psicología industrial y su historia

La preocupación científica por el trabajado manual y sus problemas
es de reciente origen, aunque dispersas referencias a la materia pueden
rastrearse en épocas remotas. Desde el punto de vista de la medicina
industrial, la monografía de Paracelso “Enfermedad del minero y otros
padecimientos de los mineros”, publicada en 1567, es un hito importante, pero
el libro de texto más antiguo parece haber sido “Enfermedades de los
artesanos”, de Bernardino Ramazzini (1633-1714).
Por su parte, el psicólogo industrial puede pretender haber estado
representado en el siglo XVI. El libro del médico y humanista español Juan Huarte de
San Juan, “Examen de ingenios”, fue el primer intento de estudiar lo
que ahora se conoce como orientación vocacional. Huarte reconoció que las
personas varían en inteligencia general y en habilidades especiales y
recomendaba que se hiciera un esfuerzo por descubrir las inclinaciones
especiales de cada individuo, con objeto de que se le pudiese impartir la clase
de adiestramiento a que mejor se prestaba.
Importantes estudios sobre trabajos, movimientos y fatiga fueron
efectuados por los fisiólogos Coulomb y Marey en los siglos XVIII y XIX,
respectivamente. Pero la moderna psicología industrial no podía comenzar hasta
que la psicología general
llegara a ser ciencia experimental; suceso que data de 1879,
cuando Wilhelm Wundt fundó en la Universidad de Leipzig el
primer laboratorio dedicado al estudio de la conducta humana.1
Las ideas fundamentales de Huarte de San Juan son las siguientes:
los hombres difieren ampliamente en sus aptitudes y cualidades; las diversas
profesiones y estudios exigen diferentes «ingenios»; es posible averiguar
cuáles son estas exigencias y diagnosticar aquellas aptitudes; es necesario
hacerlo para que «cada uno ejecute sólo aquel arte para el cual tenga talento
natural y deje las demás, para que el carpintero no haga obra tocante al oficio
del labrador, ni el tejedor del arquitecto, ni el jurisperito cure, ni el
médico abogue».
Estas ideas son hoy, de nuevo, la base de la psicología del
trabajo. Desgraciadamente, fueron olvidadas o desatendidas durante varios
siglos. El creciente desarrollo industrial de los siglos XVIII y XIX, impulsado
por el progreso de las ciencias físicas, fue a menudo acompañado por la
negligencia total el factor humano en el trabajo. Era éste considerado, casi
exclusivamente, en su aspecto productivo, y aun de este aspecto sólo importaba
el factor material e instrumental. La sociedad reaccionó, razonable o
violentamente, contra esta situación. Diversos movimientos filosóficos, religiosos
y políticos subrayaron el carácter personal y social del trabajo. La ciencia
misma comenzó a aplicar sus métodos al estudio del trabajador y a descubrir
que, incluso en el aspecto productivo, la consideración del factor humano es
muy necesaria.
En el desarrollo de la nueva psicología
del trabajo, que corrientemente se designa con el nombre de psicología industrial, pueden
distinguirse dos etapas:
En la primera domina el aspecto productivo; el fin de la
psicología industrial es la selección de los individuos y métodos de trabajo
que mejor se adapten a la buena producción. Una profesión es considerada como
el medio adecuado a las capacidades e intereses de un individuo, en el cual
puede éste tener un alto rendimiento y satisfacción. Los temas predominantes en
esta época son la selección de trabajadores, la orientación profesional, los
métodos de aprendizaje y de trabajo, la fisiología del trabajo y el estudio de
los accidentes y de la fatiga.
La segunda etapa se caracteriza por la atención creciente que se
concede a los aspectos personales y sociales del trabajo, con cierto predominio
quizá de estos aspectos sobre el productivo, al menos en teoría, pues en la
práctica sigue predominando, por lo general, el aspecto productivo.
La intervención de psicólogos en los procesos de selección de
personal y la aplicación de pruebas psicológicas con ese fin han adquirido en
tiempos recientes una proliferación que ha suscitado críticas y
cuestionamientos. Se ha denunciado la actividad de "mercaderes de la
certeza" que aplican pruebas cuyos resultados no dan un grado de certeza
mayor a la del mero azar. Se
ha afirmado que "la pretensión de que con base en un estudio de la
personalidad se pueda establecer un pronóstico de índole laboral es francamente
desmesurada, perjudicial para quienes se someten a tales pruebas e incierta
para quienes pagan por los tests y reciben los informes." Por otra parte, también se han hecho
objeciones de índole ética a los análisis de la psicología profunda que
"escudriñan la personalidad o buscan evaluar la integridad o la honestidad
de las personas."
No hay comentarios.:
Publicar un comentario